martes, 16 de junio de 2009

La Mujer del Sombrero

Yo le pedía que me contara la historia de la mujer del sombrero y él no quería, no le gustaba contar dos veces la misma historia.
Durante el invierno nos citábamos en una galería techada. No teníamos dinero para entrar a un café y ahí estábamos resguardados de la lluvia y podíamos leer mientras esperábamos.
Eran sólo él y una señora vieja y pobre, con un vestido de gitana rojo, descolorido. El cabello blanco y enmarañado, formando una melena sucia, a la altura de los hombros. En los pies llevaba sandalias rotas, sin medias, hacía mucho frío. Murmuraba rítmica, constantemente. Aguzando el oído comprendió que recitaba el rosario. La mujer vieja estaba rezando, ¿qué le quedaba a ella? ¿a quién rezaría? ¿viviría por completo en el pasado? Esas cosas no las contestaba él, se limitaba a los hechos, que de por sí le incomodaba mucho describir más de una vez.
La mujer pobre tenía el pelo tan enredado que se le habían formado rastas, hasta la altura de los hombros. Y su vestido rojo de gitana tenía debajo una enagua, de las antiguas, y sus pies semidescalzos llevaban un anillo IMPRESIONANTE con una perla amarilla en el dedo gordo. Pero aún así era muy triste su estado y debía sentirse helada, aun cuando pudo haber vendido la perla y comprar abrigo. El zafiro era tan brillante que habría bastado para pagar una habitación en un hotel, comida y mucho más. Pero la gente loca, ella estaba loca, no tiene las mismas prioridades que otras personas.


Sucedió que la anciana excéntrica no paraba de rezar. -¿Te conté que en el pasado hablaba con Dios todo el tiempo?- Interrumpía a mi narrador, que ya lo sabía, -¿Crees que me volvería como la anciana de no haberme detenido?- Pero esas cosas no las contestaba, solo se atenía a los hechos.
La mujer rezaba y él sentado a poca distancia, afuera la agitación de Lavalle. Estaban muy solos ahí.

Lo curioso es que entraron una madre con su niña y un hombre mayor, con la afectación de quien ingresa a un restaurant. El hombre dejó su sombrero a un lado, la niña tomó el sombrero y dio varias vueltas, alrededor de los presentes, que la ignoraban. Cuando descubrió que la anciana murmuraba continuamente, y que probablemente era parecida a su abuela, se detuvo en seco. La vieja no la veía, aunque la tuviera delante, y la nena la estudiaba con descaro. Le tocó el anillo del pie, le tapó la boca con la mano, le acarició las rastas, como haría a una muñeca. Luego le puso el sombrero, esa es la parte de la historia que me gusta, la niña le puso el sombrero del hombre en la cabeza y siguió dando vueltas alrededor de todos, de a saltitos, hasta que se hizo la hora de la cita y el relator salió de la galería con aire resuelto.

2 comentarios:

  1. Supongo que todos nos alimentamos de las cosas de las cuales somos testigos y sentimos, y palpamos y se nos queda en la retina como en la mente. Bajo esas circunstancias, ¿cómo no llenarse de aire?, sería un descaro no hacerlo.

    Hoy me lleno de aire yo, dando vueltas en mi mente como la niña de la historia.

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  2. de los fantasmas del yo, como hablabamos... no sé se me vino a la mente

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