miércoles, 24 de junio de 2009

El sol se arrojaba de lleno por las ventanas como si fuera pintura. Uno de los chicos se quitó un zapato. Le decían Godoy, fruncía el seño y tenía rasgos de hombre, su cuerpo era pequeñito. Lo encontraba a veces en la puerta de la sala, con el rostro desencajado por el enojo pero sin llorar.
Era difícil ponerle el calzado porque doblaba el pie debajo de la silla, era flaco, temía quebrarlo.
-Quiero contarte una cosa- dijo musicalmente una voz, preferí la conversación al zapato. –Te escucho Mili, mi amiga Mili– Se señaló los ojos con un murmullo que no entendí. -¿Busco tus lentes?-, pregunté sintiéndome tonta al punto, no era nada de eso, quería que me acercara más:
-Germán estuvo llorando todo el rato.- Me confió contenta.
A mi espalda estaba Germán, con los ojos increíblemente negros y una nariz que parecía más grande cuando bajaba la cabeza. Un hilo de saliva nacía en su boca, navegaban sueños en barquitos de papel. Me le acerqué para saber si estaba triste. –No lo estoy- aseguró él con poco esfuerzo. Me gustaba así, tranquilo, porque casi no le costaba hablar. En el velorio de la mamá de Nico no había podido articular palabra, o tal vez lo enmudeció la muerte, que agujereaba a martillazos la pared. Nico estaba convencido de que la terapeuta del grupo también iría al cielo pronto, con su mamá.
- Yo lo cuido, llevame con él. – Demandó Mili con aplomo. La acerqué a Germán lo suficiente como para que hablaran entre ellos. Continué colocándole el zapato a Godoy, que se había quitado también el otro. Mili pidió desde mi derecha: -Preguntale a Germán si le gusta el fútbol.- Era muy tímida y nunca hablaba directamente con sus compañeros. -¿Te gusta el fútbol?- Le repetí a Germán, que había escuchado. –Si- dijo él y abrió grande la boca. –Preguntale qué jugadores le gustan.- sugirió ella. -No querés preguntárselo vos, te está escuchando-. Ante el silencio, formulé el interrogante. –Palermo- contestó y Mili movió los pulgares hacia abajo. Dejé las zapatillas de Godoy en el piso, tenía derecho a estar descalzo, además Tito estaba llorando a mares. Era un joven bizco, yo no sabía hasta ayer que podía hablar. De pronto con voz clara me había indicado: -Ahí no te puedo ver- y fue como si un libro o un muñeco me hablara. Creo que me asusté un poco, pero cambié de lugar y entonces estuve a su alcance y conversamos. Esta vez lloraba como un crío, no podía calmarlo, por último lo abracé desabrochándole los sujetadores del pecho y separándole la espalda de la silla.
Entonces reparé en Mili que le pasaba la mano por el cabello a Germán, susurrando:-Tranquilo, tranquilo, yo te cuido-. De pronto Germán declaró, con asombrosa claridad, que le molestaba el sol.
-¿A dónde puedo llevarte?- consulté, sus ojos eran una flecha que señalaba a Marianela. Lo había olvidado, Nela era su novia y además se veía preciosa, con el cabello brillante cayéndole en trenzas hasta la cintura. Deslicé la silla de Germán hasta el costado izquierdo de Marianela, ella miraba fijo hacia delante. Me sentí mal por haber propiciado las caricias de Mili delante de ella.
Luego nos fuimos del salón comedor, que se usaba como recepción en la mañana. Ya en el aula los chicos quedaron separados en dos grupos. Germán gritó su nombre desde la otra punta del cuarto, fue como un aullido o un lamento. La terapeuta que estaba peinándole las trenzas, dijo: -Nela está acá, enojada, como todos los días.- Miré los ojos de Nela, es cierto que era un poco soberbia y no andaba regalando sonrisas, de cualquier modo era mi preferida.– ¿Está enojada conmigo?- quiso saber Germán. La terapeuta comenzó a revisar los cuadernos, indiferente. -¿Estás enojada con él?- Investigué, por lo bajo. Ella movió la pera hacia el costado, decidida, eso significaba que no. -No está enojada con vos Germán, no está enojada con nadie-. Pero ella seguía taciturna.
-¿Querés decirle algo a Germán?- Señaló con la mirada en su comunicador, un cuaderno con símbolos variados, el dibujo de una casa.
-¿Te gustaría saber dónde vive? -Sí -dijo ella con énfasis, llevando los ojos hasta el techo y haciendo una mueca de sonrisa.
Nela quiere saber dónde vivís, le susurré a él mientras se iba, lo llevaban en su silla al baño.
-En mi casa- contestó orgulloso, sonriendo con la boca gigante.
Vive en su casa , le repetí a ella, yo vi como te miraba en el comedor.

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