jueves, 12 de agosto de 2010

Aglaia bajó corriendo hacia la terraza tan precipitadamente que ni siquiera se secó los ojos, que tenía llorosos; bajó corriendo porque había llegado Kolia con un erizo. Todos se pusieron a mirar el erizo. A sus preguntas, Kolia contestó que el erizo no era suyo, que pasaba por allí con un amigo, Kostia Lévedev, también alumno del gimnasio, que se había quedado en la calle y se avergonzaba de entrar porque llevaba un hacha; que acababan de comprar a un mujik con quien se habían cruzado tanto el erizo como el hacha. El mujik vendía el erizo y había cobrado por él cincuenta kopeks, mas para que les vendiera el hacha también tuvieron que persuadirlo; y lo hicieron para aprovechar la ocasión y porque el hacha era realmente muy buena. De pronto Aglaia comenzó a pedir a Kolia con machacona insistencia que le vendiera inmediatamente el erizo; se impacientaba y hasta lo llamó "querido". Kolia se negó durante mucho rato, pero al fin no pudo más y llamó a Kostia Lévedev, quien realmente entró con el hacha y se quedó muy turbado. Pero entonces se aclaró que el erizo no era suyo, sino que pertenecía a un tercer muchacho, llamado Petrov, quien les había dado dinero para que le compraran la HIstoria de Schlosser, que un cuarto muchacho, necesitado de dinero, vendía en condiciones ventajosas; ellos habían ido a comprar la Historia de Schlosser, mas no habían podido resistir la tentación y habían comprado el erizo, de modo que tanto el erizo como el hacha pertenecían a aquel tercer muchacho, al que se los llevaban en vez de la Historia de Schlosser. Aglaia insistió tanto, sin embargo, que al fin se decidieron y le vendieron el erizo. No bien Aglaia fue dueña del erizo, lo puso con ayuda de Kolia, en un cestito de mimbre, lo cubrió con una servilleta y empezó a rogar a Kolia que lo llevara inmediatamente, sin detenerse en ningún lugar, al príncipe y se lo entregara de parte de ella pidiéndole que lo aceptara "en testimonio de su más profundo respeto". Kolia accedió con alegría y dio palabra de que lo llevaría al príncipe, mas inmediatamente quiso saber qué significaban el erizo y semejante regalo. Aglaia respondió que no le importaba. Replicó él que aquello había de interpretarse como una alegoría, no le cabía duda. Aglaia se enfadó y lo atajó diciéndole que era un niño nada más.

Dostoievski, El Idiota

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